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![]() ![]() “Pecados capitales” ¿Insubordinación de los deseos a la razón?
Existen temas que seducen desde el primer instante, que perturban nuestra mente desde el punto de despertar al análisis, hasta llevarte a un sinfín de alucinaciones y fantasías de todo tipo. Este es uno de ellos, por el que inconscientemente nos vemos atraídos debido a la curiosa característica que tiene el ser humano por encapricharse, o interesarse, en lo que se cataloga como prohibido. Otra opción es que al escuchar la palabra PECADO, nuestro cerebro se predispone a un estado de alerta estimulado, quizá, desde tiempos ancestrales en que esta palabra se clasificó como una trasgresión voluntaria a la ley divina, misma que causó revuelo inicialmente en el siglo XII, cuando el concilio de Verona dispuso que los obispos, instituidos en jueces podían dar rienda suelta a uno de los mayores delitos de la Iglesia, la Inquisición.
En esta ocasión sólo trataré el primero de estos controversiales temas. Durante mucho tiempo, el pecado quedó reducido a la esfera de las ideas religiosas, en específico, los pecados capitales fueron una clasificación de vicios enseñados en las primeras enseñanzas cristianas católicas, para educar e instruir a sus seguidores en el área de la moral. Lo que más tarde dio pie al uso de palabras como falta, delito y ofensa, homónimos creados por leyes y normas del hombre.
Etimológicamente, la palabra pecado proviene del latín Capitalis, que significa principal, por tal, "Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, el hombre comete pecados, todos los cuales son originados en aquel vicio como su fuente principal" (Santo Tomás II-II:153:4)
Desde un principio, la Iglesia católica dividió los pecados en dos categorías: veniales y mortales. Según esto, los primeros pueden ser perdonados, mientras que los segundos crean la amenaza de condenación, ya que nos llevan a generar otros pecados.
Pero siendo realistas, ¿Será verdad que los pecados capitales sólo competen al ámbito religioso? Lo menciono porque si algo aprendemos de niños, en las clases intensivas de catecismo, es que este tema no se refiere al típico coco-wash al que estamos acostumbrados, más bien me parece que es un tema de ámbito artístico, social y principalmente moral, sobretodo porque la representación de dichas faltas no sólo es materialmente, sino también de forma imaginaria y espiritual.
Los pecados capitales han tenido un proceso fluido a través de la historia, pero curiosamente, a pesar de que la Biblia hace referencia a ellos (Prov. 6:16-19), fueron los artistas europeos los causantes de que éste tema alcanzara su máxima popularidad, al integrarlos en varias de las áreas de la cultura y conciencia humana, como es el caso de Dante Alighieri en “La divina comedia” (1304-1321), considerada como una de las obras maestras de la literatura, y obra detonante de que numerosos pintores de todos los tiempos crearan ilustraciones sobre ella; entre ellos: Boticelli, Gustave Doré, El Bosco y Dalí.
Talvez este efecto surge a partir de que en tiempos ancestrales, el tema de los pecados fuera visto como tal, como un tema quizá no prohibido pero sí limitado, impuesto por la iglesia y por todo aquél sumiso ante falsas creencias basadas en lo que es moralmente reprobable. Y que más adelante, mediante la evolución, principalmente moral e intelectual, el hombre fue desechando toda clase de creencias, tabúes y dogmas a los que estaba esclavizado.
En tiempos modernos, el tema de los siete pecados capitales también se abrió paso en el séptimo arte, con “El abogado del diablo”,”Los 7 pecados capitales” y “Seven”, por mencionar sólo las cintas más comerciales, mismas que fueron bien recibidas gracias a la inexplicable curiosidad e interés del hombre hacia lo que dicen “es malo o perjudicial”
Ahora bien, tratándose de devastar la teoría de que este es un tema meramente de interés religioso, me parece preciso partir de que en 1589 el Arzobispo, Peter Binsfeld, se dio a la tarea de asociar cada uno de los pecados con alguno de los demonios que tentaban a la humanidad, en este caso, Lucifer representaba la soberbia, Mamón la avaricia, Asmodeo la lujuria, Leviatán la envidia, Belcebú la gula, Satanás la ira y Belphegor la pereza -lo cual dio plena inserción a la literatura permitiendo una serie de novelas y ficciones respecto al tema.
Se supone que la lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia, y soberbia son pecados mortales. Desde aquí, en primera instancia no estoy en total acuerdo, pues en mi opinión, estos no son el resultado de una maldad en esencia, sino de una necesidad humana que se deforma.
La soberbia se define como el amor desordenado de sí mismo, “un apetito desordenado de la propia excelencia, cuando se apetece la propia exaltación al grado de rehusarse a obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes mismas. La pereza es vista como la incapacidad de aceptar hacernos cargo de nuestra existencia, a la indulgencia que nos debemos a nosotros mismos.
Tradicionalmente, la lujuria es vista como el “appetitus inorditatus delectationis venerae” es decir, como un apetito desordenado de los placeres eróticos, como pensamientos obsesivos de la naturaleza sexual. La Avaricia es entendida como el amor desordenado o excesivo hacia la riqueza. La Gula es vista como la ingestión inmoderada de los alimentos necesarios para nuestra subsistencia.
Usualmente la ira es vista como la excitación, el apetito insaciable por la venganza, su gravedad va en ascenso cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional, desbordando todo límite dictado por una justa sentencia. Por último, la envidia es definida como el desagrado, o pesar, que se concibe ante los bienes ajenos, cuando estos son observados como perjudiciales a nuestros intereses.
Seguramente, dichos pecados son el resultado de una situación social desorientada que llega a confundir al ser humano, provocando en él una serie de conductas desviadas que, sin duda, acarrean delicados –y a la vez, interesantes- conflictos a la sociedad.
¿Por qué ser tan drásticos?, por que no visualizar el ‘pro’ en este tema, y no sólo me refiero a sus opuestos, que son las respectivas siete virtudes (humildad, generosidad, castidad, paciencia, caridad, templanza y diligencia), sino a pensar en la posibilidad de que los pecados dichos como tal son capaces, al igual que los errores, de aportarnos enseñanzas, es decir, que debemos estar concientes de que todos en algún momento fuimos, estamos o seremos propensos a cometer dichos pecados.
Constantemente somos tentados por algún sentimiento de extrema o enferma atracción a lo sexual, deseamos ser reconocidos y alcanzar la gloria, deseamos riquezas, descanso, buscamos complacer nuestras necesidades básicas, los logros de los demás nos dejan insatisfechos, y explotamos cada vez que nos sentimos irritados.
Y es normal, cualquiera insubordina los deseos a la razón, la naturaleza humana tiene una clara inclinación al pecado. Los apetitos sensitivos del ser humano tienen un movimiento espontáneo hacia lo que la imaginación presenta como placentero y contra de lo que se expone como doloroso.
Teóricamente podríamos hablar de una dogmática tradicional católica, en la que se percibe que todos los seres humanos tenemos un pecado capital dominante, mismo que forma buena parte de nuestra personalidad.
Es más, la sociedad lo ha aceptado al grado de asignarle un nombre a estas sensaciones: CONCUPISCENCIA; del latín con - plenamente y cupere - desear. Este término incluye los deseos desordenados de la voluntad, y marca una tendencia a los llamados pecados capitales.
Hace un momento comentaba que no deberíamos avergonzarnos de aceptar que tenemos este tipo de tendencias, al contrario, esto debería ser el primer paso para sacar a flote aquellos códigos morales que rigen, o deberían regir en nuestro actuar diario.
Estaremos de acuerdo en que una característica de lo que llamamos pecado, es que dicha actividad se lleva a su punto extremo. Por supuesto que la lujuria, la gula, pereza, ira, soberbia, envidia y avaricia cumplen con este requisito. Sin embargo, el poder identificarlos diariamente nos hace participes de un reto: la identificación de los vicios a los que constantemente estamos expuestos.
Sin olvidarnos de un desafío altamente substancial, el de cumplir un código (...) en el que estamos dispuestos y también obligados a luchar contra las pasiones malsanas, para así poder llamarnos hombres y mujeres de buenas costumbres.
Tal vez aún no lo tengamos claro, pero ¡Por supuesto! que estamos expuestos a cometer alguno de estos llamados Pecados Capitales, es más, sin intención a la agresión puedo asegurarlo.
Con el tiempo y tal vez sin darnos cuenta, hemos aceptado los retos que esto nos impone. Cada mañana, al despertar y NO decir: 5 minutos mas, o en el peor de los casos no permitir que esos minutos se alarguen, nos aleja de la pereza. Al decir ¡Bien hecho, te lo mereces!, dejamos atrás la envidia y así sucesivamente. ¡Hasta el hecho de contar hasta diez, nos aleja de la ira!
El punto es que con estas actitudes que posiblemente no notemos porque nos parecen insignificantes, nos alejamos del vicio aproximándonos cada vez más a la virtud.
Lo curioso es que hasta en eso debemos tener cuidado, porque seguramente podemos luchar contra la mayoría de esos pecados, pero “jamás” contra todos. Sí, seguramente cuestionarán esto último.
Pues permítanme decirles que cada vez que vencemos un vicio o pecado, a la vez nos convencemos de que somos capaces de vencer cualquier cosa, lo que nos lleva a la Vanidad, ¡mi pecado favorito!, porque como suele decirse, “Nadie puede resistirse a un cañonazo de mil halagos”. Y que lance la primera piedra aquél que diga lo contrario.
[VIDYA/IEV] |
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