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“Entre héroes y villanos. Tlacaélel, el poder detrás del trono”
En el grandioso escenario del Valle de México se vivían tiempos de intensa agitación. Un reino, el de los tecpanecas de Azcapotzalco, tras haber consumado varias conquistas, se proponía someter a todos los habitantes de la región de los lagos.
Cuando los aztecas dudaban entre rendirse o no al poderío de Azcapotzalco que tantos años los había oprimido, surgió entonces Tlacaélel, quien cambió el hasta entonces oscuro destino de su raza.
Fue aquí cuando Tlacaélel, el hijo de Huitzilíhuitl y hermano de Moctezuma I, tomó entonces la palabra.
Elocuente y con fama de sabio y de gran prudencia, entre otras cosas demandó de los señores mexicas el envío de un embajador para hablar con Maxtlaton. Sus últimas palabras fueron: "Perded, mexicas, el temor." Tlacaélel se ofreció y marchó para hablar con el tlahtoani de Azcapotzalco. La respuesta de éste fue: "Sumisión total o guerra."
Tlacaélel fue elector, consejero de soberanos mexicas, legislador y reformador religioso. Sucesivamente obtuvo los títulos de atecpanécatl, uno de los principales en la administración del reino, y cihuacóatl que correspondía ser consejero y suplente del tlahtoani.
Desde su puesto de segundo en la jerarquía, instituyó profundos cambios. En el plano político, promovió la creación de un consejo formado por cuatro miembros, llamados tlacohcálcatl, tlacatécatl, eznahuácatl y tlillancalqui, cuyos mandatos tendrían vigencia durante el gobierno del tlatoani.
No se conformó con el triunfo militar, sino que tornó a consolidar el poderío azteca por medio de una reforma ideológica que dotara al pueblo con una identidad de superioridad.
Fue idea suya que Izcóatl quemara los antiguos códices y libros de pintura que referían los acontecimientos de los tiempos en que la figura del pueblo azteca carecía de importancia. Así dotó a su pueblo de una nueva visión histórica y religiosa, y por ello las fuentes históricas que hoy se conservan destacan la superioridad del pueblo azteca frente a los demás.
La manera que encontró Tlacaélel para fortalecer a los aztecas y convertirlo en un gran imperio, fue utilizar la religión. La política de Tlacaelel fue directa y brutal, y sus métodos fueron mortíferamente eficaces.
El rasgo más mortífero fue la creencia de que los dioses debían ser alimentados con sangre humana. La tradición del sacrificio humano y el culto de la muerte no eran desconocidos en Mesoamérica, pero la idea de una industria sistemática del sacrificio humano fue llevada por los aztecas hasta el máximo posible.
Promovió la instauración de Huitzilopochtli como divinidad solar, promoviendo que la única manera de aplacar la voluntad divina era ofrecer alimento a Huitzilopochtli, esto es, la sangre de los sacrificados, para lo que se emprenderán guerras de conquista con la triple misión de anexionar territorios, incrementar el comercio mediante la obtención bienes y materias y conseguir prisioneros para el sacrificio.
El plan de Tlacaelel tuvo éxito, quizá macabro, pero éxito al fin. En medio siglo, los aztecas se convirtieron de un reino más, en los señores de todo México.
En este contexto cabe preguntarse, ¿fue Tlacaélel un personaje siniestro, un poder detrás del trono, especie de valido que durante largo tiempo mantuvo su fuerza mediante intrigas y otras oscuras maniobras?
La historia lo pinta como una persona que se fue abriendo camino a partir de su actuación decisiva en la guerra de Azcapotzalco. Aunque Tlacaélel fue reverenciado y temido, no hay indicios de que fuera considerado un tirano, sin embargo, sí se le considera como valeroso, decidido, inteligente, sagaz y justo.
Y son estas cualidades y defectos, las que llevan a la especulación… ¿Qué habría ocurrido si Tlacaélel hubiera vivido al tiempo de la llegada de Hernán Cortés?, probablemente su parecer habría coincidido con el de Cuitláhuac y no con el de Motecuhzoma Xocoyotzin. En tanto que este último, debatiéndose en la duda, recibió como huésped a Cortés y al final fue hecho prisionero, Tlacaélel y Cuitláhuac habrían superado o al menos contrarrestado la astucia de Cortés, se habría producido entonces un sutil enfrentamiento, y el preso habría sido Cortés y no Motecuhzoma.
Más que guerrero, Tlacaélel fue estratega. Llegó un momento en el que nada se hacía sin su intervención a partir del triunfo sobre Azcapotzalco, ni luego, a lo largo de casi cuarenta años. Tlacaélel decidía lo tocante a la guerra, las condenas a muerte y cuanto había de hacerse, esto a pesar de que no llegó a ser gobernante supremo y según los historiadores, jamás quiso serlo ya que Tlacaélel cambió el poder por el saber.
Linda forma de verlo, pero bien sabemos que el Saber es poder, y viceversa. Y fue ésta la principal herramienta del azteca para hacerse merecedor al poder detrás del trono.
Tlacaélel hizo y deshizo con la finalidad de darle a su pueblo una identidad de superioridad, enterró el obscuro destino que le esperaba a su raza, pero lo más importante fue que este personaje es ejemplo de que luchar por un ideal tiene una bien merecida recompensa.
En pocas palabras, llevó hasta el límite aquél rezo… “Tengo fe en mis ideales, esperanza en realizarlos… por el bien de la humanidad”
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