FRATERNIDAD UNIVERSAL
libertad - igualdad - fraternidad

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¡Unifiquemos el pensamiento, el corazón y la voluntad!

Tranquilicemos a los timoratos y cosechemos la herencia del universo, el conocimiento.

 

 

 

 

No son pocas las ideas erróneas y los prejuicios que se han difundido sobre la verdadera naturaleza de la Institución que lleva el nombre simbólico de Masonería.

Esto se debe especialmente a su carácter oculto y misterioso que, si constituye para algunos un motivo de atracción, lo es para otros igualmente de desconfianza, haciéndole el blanco para las flechas de sus adversarios que, aún cuando sean sinceros, la desconocen.

Necesito tranquilizar a los timoratos que ven en nuestra institución una amenaza a las creencias religiosas.

Hoy día nos cuestionan si ¿La masonería debe aspirar a la dirección espiritual de la humanidad, o debe tan sólo limitarse a la repetición de fórmulas, a iniciaciones más o menos numerosas, y a la práctica de la beneficencia?

¡No! –La masonería es algo más que la inteligencia de sus símbolos, órganos sagrados que nos ponen en comunicación con el pensamiento y el alma de las más remotas generaciones.

¿Debemos limitarnos a la práctica de la beneficencia? –La beneficencia es buena, organizarla es necesario, pero si a ella limitásemos el campo de nuestra acción, seríamos una sociedad más que ejerce una beneficencia limitada, impotente ante tanta desgracia, su acción sería para remediar males físicos, y bien sabemos que no es el alimento material la necesidad que apremia, sino la necesidad de fe, de creencia, de virtud, la religión de la ley, de la libertad y del amor.

Muchas son las religiones que atacan a la Masonería. Podríamos hacer lo mismo, podemos dirigirnos a todas las religiones en búsqueda del dogma más elevado y comprensivo que pueda satisfacer el alma humana, pero nuestra tarea seguirá siendo la misma, tener la audacia de la fe para ser dignos de recoger la herencia del universo, el conocimiento.

Quienes atacan a nuestra Orden se han olvidado de su esencia más verdadera, íntima, espiritual y universal, en sus principios que descansan sobre las leyes del universo y de la evolución humana, y en su finalidad constantemente progresista.

Les ha faltado ver que por encima de las creencias y formas exteriores, la masonería hace hincapié en el espíritu religioso que se encuentra en cada hombre, como anhelo instintivo hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero, y procura cultivarlo y fomentar su desarrollo.

Hermanos, no hay nada nuevo, todas están constituidas por dogmas o principios, leyes, tradiciones o esperanzas que nacen con el hombre, y que la ciencia desarrolla.

Todas reconocen la necesidad de un vínculo común, pero en su mayoría han pretendido imponer sus formas y ritos peculiares.

La masonería en medio de todas las disidencias, divisiones, odios, y persecuciones, ha elevado su bandera en la que brilla el triángulo inmortal de la Trinidad divina, cuya encarnación humana se llama libertad – igualdad – fraternidad.

Eso es lo que nos incita a promover que no hay sino una verdad, una justicia, una moral. Los mismos principios, máximas y axiomas han sido proclamados en las alturas del Tíbet, en los valles de Persia, en los misterios de Egipto, en los templos de la Grecia.

Confucio y Zoroastro, Sócrates y Cristo, Mahoma y Lutero, han proclamado los mismos principios de moral. –Entonces, ¿Por qué la humanidad que reconoce una ley, no forma una familia?, ¿Por qué el odio?, ¿Por qué la guerra?, ¿Por qué el fuego y el hierro esgrimidos a nombre del mismo Creador, para atormentar y dominar al hombre?

La única teoría es que esto se debe a la diferencia de dogmas. En efecto, no basta saber que los hombres son iguales y que el respeto recíproco de sus derechos es la ley, ni que la fraternidad sea el vínculo más bello. ¡No!, porque esa moral no puede ser fecunda para el corazón del hombre, sin una creencia que lo afirme como verdad, como emanación o imperativo de una causa suprema y eterna.

Y esa creencia es el dogma. Necesitamos y debemos saber si hay un creador, si ese creador es un padre, o si la fatalidad es lo absoluto. Necesitamos saber si ese creador es legislador y juez, y si nosotros somos espíritu o materia, solidarios de nuestras acciones pasadas y futuras, si somos inmortales o apariciones fantásticas en el pensamiento y el espacio. Necesitamos saber, cuál es la razón de la existencia del hombre.

En esas preguntas va encarnada la grandeza del hombre y de su destino.

Es claro que el hombre busca el templo, el santuario en el que se depositen y defiendan sus ideales; y lo que veo en la peregrinación es un triángulo que brilla en el fondo de una logia, en donde el credo masónico es el que investiga, el más comprensivo, el más completo, el que reconoce en Dios la libertad y la justicia como Arquitecto, y en el hombre la libertad como fuerza, siendo la igualdad quien la sustente.

Es evidente que el mundo pertenece a los fuertes, pero son los astutos quienes lo disputan. Cada religión se cree poseedora de la verdad y cada una de ellas cree que la salvación depende de su credo, pero sin ser una religión, y sin declararse partidaria o en contra de ninguna, la Masonería respeta igualmente toda manifestación del sentimiento religioso del hombre.

No discutimos sobre cuál es la mejor o peor, para qué atacar a alguna si lo único que podría inquietarnos es esa corrupción que por sus dogmas, sus principios, y sus tentativas de dominio, es la más peligrosa que jamás amenazaría a la verdad, a la moral y a la dignidad del hombre y de los pueblos.

Hablo de la ignorancia, porque desgraciado es el hombre que no se interesa en investigar, y traidor es quien no acepte las dádivas tributadas por el universo.

Ese mal que nos degrada, esa falsía que cunde, esa diplomacia enmascarada, la intriga autorizada, la palabra prostituida, la reticencia mental en todos los actos de la vida, todo eso es ignorancia.

El erradicarla es la pretensión de la Masonería. Nuestra historia está encarnada en los progresos de los pueblos. Nuestros medios son la organización de logias, y la acción de la razón y del amor.

Nuestro fin, la construcción de ese templo en cuyo altar las naciones vendrán un día con los trofeos de todo despotismo vencido, presentando el más bello de los espectáculos: La libertad fraternizando.

He aquí por qué fundo en la Masonería tan grandes esperanzas.

Porque jamás se ha visto campear a la razón, en un teatro más nuevo, más grandioso y más espléndido que en nuestros templos, es por ello que la masonería puede ver sus trofeos en la mejora de las costumbres, en los principios consignados en las constituciones y los códigos.

Pero esa sólo es la opinión de quien pretende interpretar los sentimientos que nos animan a reunirnos y reconocer a nuestra institución, aprendiz que aspira a fortificarse en el estudio de nuestras tradiciones, pendiente de transitar libremente el terreno que nuestros enemigos minan con su malicia.

Aprendiz que propone dejar de buscar centralización despótica para buscar la asociación de personalidades libres.

Defendamos todo lo que une; prefiriendo lo social a lo individual, la belleza a la riqueza, la justicia al déspota poder, el arte al comercio, la poesía a la vanidosa industria, el espíritu puro al fugaz cálculo, el deber al interés.

Es tiempo de apagar las hogueras, disipar la intolerancia, practicar la igualdad, contribuir al desarrollo físico, moral e intelectual de la humanidad.

¡Que caigan las barreras del espíritu y del cuerpo, la intolerancia y la ambición!

¡Unifiquemos el pensamiento, el corazón y la voluntad!

Es cuánto.

 

 

 

[VIDYA/IEV]

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